Huesario.

Levantarme sobre las 5:00 de la mañana, tomarme algo caliente, abrigarme y subir corriendo a la terraza a montar el telescopio. Todavía con oscuridad y con el sonido de los primeros pájaros madrugadores como compañía, orientar el telescopio hacía el Oeste para observar las Pléyades (las siete hermanas), que es un horno de estrellas. Después cambiar la dirección y la altura para, con el gran angular, poder ver la constelación de Orión (el cazador) mi favorita, para después centrarme en el cinturón de Orión para disfrutar un rato de la nebulosa que allí existe. La siguiente orientación será al Sur para maravillarme con Sirius (la estrella principal de Canis Maior) la estrella que más magnitud de brillo tiene en este hemisferio. Ahora me orientaré hacía el Sureste para intentar ver Marte aunque seguramente la Luna creciente de estos días no me dejará mucho margen para apreciarlo bien, pero como compensación, tengo una buena vista del Mare Serenitatis que si no recuerdo mal conecta con el Mare Tranquilitatis por el Suroeste de la Luna (si no lo habíais notado tengo un aprecio especial por nuestro satélite). En preparación para la salida del Sol me oriento esta vez hacía en Este para poder ver Venus, un planeta que casi nunca es visible y después cambio la altura para saludar a Saturno. Y sin mucho tiempo de más coloco el filtro de protección solar al telescopio y a través de él veo como el Sol empieza a romper de nuevo el ciclo infinito. Sobre las 7:30 la luz del Sol será tan fuerte que la única estrella que todavía será visible será Sirius. Gracias a que vivo rodeada de montañas la salida del Sol suele ser muy bonita, pero me centro más en la observación directa del Sol a través del filtro que, en algunas ocasiones, me permite distinguir entre las manchas solares. Este pequeño ejercicio que practico en otoño y mucho más en invierno me permite percatarme cada día de que, a pesar de lo importantes que nos creemos, a pesar de que nuestros problemas nos parecen enormes, a pesar de que somos tan soberbios que nos creemos dueños de nuestra existencia, la realidad es que no somos nada y a la vez somos todo y que nuestro mayor error es no apreciar las cosas pequeñas, las cosas que han estado ahí desde mucho antes que nosotros y cuando llego a este punto me alegro de poder sonreírle al Sol.