El mal no existe, sólo la ausencia del bien. “San Agustín”
Me desperté aturdido. No sabía ni donde estaba. Había perdido el conocimiento. Mientras recuperaba la conciencia poco a poco, miraba a mi alrededor tratando de identificar algún detalle, algún objeto que me mostrara donde estaba. Me encontraba en una habitación en semipenumbra, tan sólo iluminada por el fuego de una chimenea que se encontraba enfrente de mí. Es más, fue el crujido de la leña quemándose el primer sonido que recuerdo de la que iba a ser mi prisión durante unos meses.
Me fui incorporando poco a poco. Parecía como si me hubieran drogado y no tenía todos los sentidos conmigo. La cabeza me daba vueltas y estaba tan derrotado en mi fuero interno que ya no me importaba nada de lo que fuera a pasarme. Estaba empapado en sudor y me acerqué al fuego. Me calenté un poco y me di la vuelta observando ahora sí, con detenimiento donde estaba. La habitación era amplia y el suelo era de madera. Había una mesa en el centro de la habitación, donde había varios candelabros y velas, pero que estaban apagados. También había dos sillas alrededor de la mesa. Parecía que estuviera en una cabaña aunque en verdad no era así. Me fijé que en la pared de enfrente: había varios cuadros, pero no me apetecía moverme y además, por qué no decirlo... tenía miedo. En cualquier caso, desde mi lejanía y a la luz de la chimenea me pareció distinguir en uno de ellos, una crucifixión.
No sé cuantos minutos pasé mirando hacia la puerta de la habitación sin atreverme a levantarme ni a intentar abrirla, si quiera. Miraba fijamente el pomo de la puerta. Sabía en mi fuero interno que de un momento a otro se abriría sin remedio. Sabía que Ernesto de alguna manera sabía que yo ya estaba despierto y simplemente se divertía haciéndome esperar, sufrir.
Me tiré al suelo de madera y comenzaron a rodarme lágrimas. Pegué mi rostro al suelo y me limité a esperar. Cerré los ojos durante un rato. Necesitaba dormir. Recordé lo que le había escrito a Cathy y lamenté no poder habérselo entregado. Si alguna vez sentís algo especial por una persona y os apetece escribirle algo. No os lo guardéis para vosotros porque en tal caso es como si no hubieseis escrito nada en absoluto. Si no lo hacéis puede que nunca más tengais la oportunidad como me pasó a mí. Y si lo que pasa es que tenéis miedo de su respuesta... ¡Al diablo! Si te quiere le encantará y si no le gusta o no le da importancia... la respuesta es obvia. Una amiga mía me ha repetido muchas veces la siguiente frase. “Vale más actuar exponiéndose a arrepentirse de ello, que arrepentirse de no haber hecho nada.” Es una cita de Boccaccio, pero para mí... es suya.
Abrí mis ojos nuevamente y miré hacia la puerta. Me quedé helado. La puerta estaba un poco entreabierta. En ese momento me puse de rodillas como un resorte y sentí un dedo en mi hombro, por detrás, que me tocaba.
Di un salto hacia delante del susto mientras escuchaba su estúpida risa.
- ¿Cómo te encuentras? – dijo Ernesto.
- ¿Cómo crees tú que me encuentro?- le contesté, sumamente nervioso.
- Tranquilo, son sensaciones normales. Perdona por asustarte pero es superior a mí, ser tan teatral- dijo esto, y se echó unas carcajadas el tío.
- Ya, ya veo que te lo pasas “pipa ” conmigo.- Él sonrió mientras me miraba fijamente. Me dio la impresión de que me miraba como yo miro a un buen solomillo.
- Bueno, ya veo que por fin has abierto los ojos y te has dado cuenta de lo que soy. Aunque noto que todavía tienes una lucha interior, en tu mente, que se resiste a creerlo. Roy... la realidad siempre supera a la ficción. Es más, la ficción sólo es una realidad imaginada. – me expuso su tesis tan particular.
- ¿Eres una especie de vampiro, no? – le hice la pregunta de una vez. Él sonrió nuevamente, me miró con sus preciosos ojos y me contestó.
- ¡Claro que sí!- A pesar de esperarme la respuesta, no por ello me sentí mejor. Era inverosímil la escena que estaba viviendo.
- ¿Cuándo te diste cuenta, Roy? – me preguntó.
- Esta noche. De repente, comencé a atar cabos y me di cuenta de que todos nuestros encuentros eran nocturnos, de que dabas clases sólo de noche y la escenita en tu despacho de la luz y tu dulce mano en mi cuello. Pero supongo que fue cuando vi a Omar cuando todo cobró sentido para mí, aunque no quería creérmelo. Pero... es que me negaba a creerme algo tan descabellado.
- Lo sé. Ya sé que eres una persona tremendamente racional y que tardarías en llegar a esa conclusión, por eso mismo. Sin embargo, El hombre que pretende obrar guiado exclusivamente por la razón, está condenado a equivocarse. Una persona como Omar, por ejemplo, habría sospechado enseguida.
- ¿Omar y Fayna están vivos? – le pregunté muy preocupado, pero esperanzado a la vez.
- A Omar, le has visto, ¿no? – volvió a sonreírme el muy capullo.
- Los has convertido, ¿no?
- Por supuesto. –contestó.
Su respuesta fue como si me hubiera arrancado el corazón con sus propias manos en ese momento. Sentí rabia e impotencia. Tenía ganas de levantarme y golpearle hasta la extenuación. Sin embargo, reprimí mi cólera, sabedor que yo era como una hormiga contra un elefante.
- Bueno, y ahora ¿qué?, ¿qué es lo que hago yo aquí, ahora?, ¿qué vas a hacer conmigo? – le pregunté algo alterado.
- Verás... – comenzó a contarme- Mi intención es convertirte en un vampiro – sonrió nuevamente el muy cabrón mientras mi estómago hacía todo tipo de ruidos extraños - ... lo que ocurre es que me parece que todavía es demasiado pronto. Omar y Fayna estaban en su plenitud prácticamente, a pesar de su juventud. Sin embargo, tú... a pesar de ser mayor que ellos... pareces un niño, físicamente, me refiero. – hizo un pequeño lapsus mientras yo le miraba con absoluta atención como podéis imaginar- ... por otra parte, para ser un vampiro hay que querer serlo y tú no quieres. Estoy seguro que si lo intentara ahora y te desangrara, te dejarías morir antes que convertirte en lo que soy. Tus estúpidos prejuicios, Roy.
- ¿Prejuicios estúpidos respetar la vida?, ¿no querer asesinar a nadie? – le pregunté.
- Sí. Yo no mato por placer ni por deporte como hacéis los humanos. Mato para sobrevivir. Imagínate que somos leones y que cazamos gacelas. – me dijo.
- Pensando esa estupidez ¿te sientes mejor Ernesto?- le contesté.
- Mira Roy... El hombre es el peor bicho que existe en este planeta. De eso no me cabe la menor duda y he vivido un poquito más que tú. Ni viviendo miles de años seré capaz de cometer las atrocidades que han hecho los hombres. ¿A cuantas personas ha asesinado la iglesia en nombre de Dios? La inquisición ¿te suena de algo?. Esos bárbaros torturaban a personas inocentes hasta morir y quemaban vivas a otras tantas.
- Pero la humanidad ha aprendido desde entonces. No pueden servirte de justificación las barbaries históricas.- le contesté.
- Dices que han aprendido. Sí a matar a mas gente y mejor. ¿Tengo que recordarte a Hitler? Y si quieres presente... sólo tienes que mirar al sur del planeta... cómo muere esa gente de hambre debido a la codicia de otros hombres. Mueren miles de personas a diario y no por mí.- proseguía con sus argumentaciones.
- Vale, de acuerdo. Todo eso que dices es horrible y tienes razón. Pero no veo yo, que tú seas una solución. Tú eres otro asesino como ellos. – le respondí con crudeza.
- Por eso me gustas Roy. Convertirte será un verdadero placer. – una vez más, volvió a sonreír, mientras me decía esa frase lapidaria.
- ¡Eres un mentiroso, Ernesto! – le grité de repente. Supongo que perdí el control - ¿Ya no te acuerdas cuando me animabas a afrontar mi vida con ánimo?, cuando me decías que era un precioso don que Dios me había otorgado y ¿que no debía desperdiciarla?
- Por supuesto que me acuerdo. Roy... hubo un tiempo en el que incluso pensaste en quitarte la vida. ¡Por Dios!
- ¿ Y tú que sabes como me sentía?- alcé la voz- y después de todo es mi vida. Me pertenece a mí.
- Puedo saber como te sentías. Eres una persona de muy buen corazón y te hicieron daño. Lo sé. Pero reconoce que fue una insensatez el mero hecho de pensarlo.
- Claro que sí. Hubiera sido una cobardía y una estupidez. – le contesté.
- Fue Séneca el que dijo que cuando uno es amigo de sí mismo, lo es también de todo el mundo, Roy. Primero hay que quererse a sí mismo para poder querer a los demás y que te quieran. – A Ernesto le encantaban las grande frases, las citas de personajes célebres, y me contagió su gusto por ellas, sin duda.
Hicimos un inciso en nuestra conversación. Ernesto caminó hacia la mesa que había en la habitación y con un gesto de su mano encendió las velas que allí habían. Se sentó y me dijo que me acercara que estaríamos más cómodos que en el suelo.
- No te avergüences de lo que te pasó, ó sentiste, muchacho. Sólo demuestra que tienes un gran corazón. No es más fuerte, el hombre que nunca cae, sino el que se levanta una y otra vez, a pesar de las dificultades. Esa lucha que tienes dentro de ti mismo, es la que te hace tan valioso.
Mientras me acercaba se me ocurrió hacerle un chiste. Quería cambiar de tema. No me apetecía nada, recordar aquellos momentos de mi vida, y además, soy capaz de no perder mi ironía ni en los peores momentos.
- Oye, el vampiro Ernesto suena fatal...- le comenté. Deberías cambiarte el nombre.
Provoqué su sonrisa con mi ocurrencia.
- De acuerdo, iré al registro de vampiros y veré lo que puedo hacer – me contestó con sorna.
Le miré fijamente mientras me sentaba junto a él. No me parecía una “persona” mala del todo, a pesar de lo que les había hecho a mis amigos y estaba a punto de hacerme a mí. Se percató de lo que yo pensaba en ese momento.
- A pesar de todo... no me odias aún Roy. – me dijo.
- Ya ves... Aprovecharé mi encarcelamiento para conocerte a fondo Ernesto.
- De eso se trata. Nos vamos a conocer muy bien – contestó.
- ¿No siempre me lees la mente, verdad? Sólo cuando tú deseas hacerlo, ¿no? – le pregunté.
- Exactamente muchacho.
- ¿Dónde estamos Ernesto? – le pregunté casi de inmediato. Tenía tantas preguntas que hacerle...
- En mi casa. Estás en una habitación en el piso de arriba. Pero tranquilo, esta no va a ser tu habitación. En la tuya hay cama y todo – él también tenía su sentido del humor, después de todo.
- Que detalle. – respondí.
- Te voy a explicar una serie de cosas de tu estancia aquí. Podrás deambular por toda la casa y no te va a faltar de nada. Cualquier cosa que necesites para que tu estancia sea más agradable, pídemela. Casi todos lo cuartos van a permanecer abiertos pero los que no lo estén será por algo, así que no intentes entrar. De noche, siempre habremos alguno de los tres para hacerte compañía y de día tendrás la maravillosa compañía de mis perros.
Hizo un chasquido con sus dedos e inmediatamente se escucharon ladridos de perros y como subían a toda velocidad las escaleras, rumbo a la habitación donde nos encontrábamos nosotros. Entraron por la puerta abierta y se sentaron cerca de su amo, mirándole fijamente. Se trataba de dos Rottweiller negros, nada más ni nada menos. Tenían un porte excelente y eran tan peligrosos como su dueño.
- Te presento a mis “niños”, Roy. Ellos serán los encargados de vigilarte durante el día para que no se te ocurra ninguna desfachatez, como intentar escaparte, por ejemplo. – Después de decir la gracia, volvió a sonreír, el simpático de mi profesor.
- ¿Cómo se llaman? – pregunté.
- Satán el macho y Luci, por lo de Lucifer la hembra. No me digas que los nombres no son adecuados – se descojonaba el tío.
A mí, la verdad, maldita la gracia que me hacía, pero... en fin...
- Ernesto, ¿dónde están mis amigos? – le pregunté.
- Están aquí, en la casa. Ya tendrás tiempo de hablar con ellos, tranquilo.
- Comprenderás que tenga muchísimas ganas de verles. – le insistía.
- Lo sé. Pero pensé que era mejor que yo hiciese las presentaciones oportunas primero. No te desesperes que habrá tiempo para todo. Ahora supongo que ya se te habrá pasado el pánico inicial y que estarás cansado.
- Pues sí. Estoy agotado, pero en cuanto a lo del miedo, no creo que se me pase nunca más en la vida. – respondí.
- Vamos, te llevaré a tus aposentos – me dijo.
Yo le seguí por la casa. Observé que era cierto que estábamos en su casa, pero en el piso de arriba. En la fiesta los invitados no pasamos del primer piso. Supongo que por eso andaba algo desubicado. Mientras abría la puerta de la que iba a ser mi nueva habitación, retomamos la conversación.
- Por cierto... tu excusa de la beca no ha estado mal. Salvo por lo de Sudamérica, que te has pasado tres pueblos. – me dijo.
- Fue lo único que se me ocurrió – contesté.
- Por un momento incluso, pensé que tú también podías leerme la mente, ya que hace tiempo que tenía preparada toda la documentación para ausentarme contigo a realizar unas prácticas históricas a la península. Tan sólo tienes que firmarme estos papeles que dan tu consentimiento y todo arreglado. – los sacó de uno de sus bolsillos y yo los firmé religiosamente.
- Ya veo que lo tienes todo bien atado... ¿estabas hoy en la casa de Luis? – le pregunté.
- Es esencial si eres un vampiro no dejar nada al azar. Es el instinto de supervivencia que lo tengo muy arraigado, supongo. Estuve durante un rato, cerca. Dejémoslo así. Bueno, espero que encuentres cómodos tus aposentos. Ha sido una noche muy ajetreada para ti, así que pongámosle fin. Mañana por la noche seguiremos hablando Roy. Tengo todo el tiempo del mundo para convencerte – volvió a sonreír- y además soy muy paciente.
- Que bueno saberlo, Ernesto. Ahora me siento mucho mejor - le contesté.
- Te deseo unas buenas noches y que descanses. ¡Ah!, vas a tener que acostumbrarte a dormir de día, porque si no te vas a aburrir mucho y además de noche te necesito bien despierto que tengo muchas cosas que hablar contigo y también enseñarte, como puedes imaginar.
- ¿Cuándo voy a poder ver a mis amigos? – le insistía.
- Mañana. Te lo prometo. Ahora descansa.
- Adiós Ernesto.
- Adiós Roy.
Cerró la puerta y se marchó. Yo me tiré en la cama. Estaba realmente agotado. Pensé que no había sido tan terrible como esperaba, al menos por ahora. Cerré los ojos y pensé en mi chica. Mientras cogía el sueño me la imaginaba en esos momentos durmiendo en su “camita”. No os podéis imaginar las ganas que tenía de estar nuevamente con ella, de mirarla y abrazarla fuertemente. Ella lo era todo para mí en aquellos momentos...
Yo mismo comencé a darme ánimos. Aún estaba vivo y no me iba a convertir en un vampiro si yo no quería. Ernesto no tenía ninguna prisa en hacerlo. Primero quería convencerme a mí, completamente, para que no rechazara su oferta. Lo tenía más negro que tiznado. Soy más terco que una mula y eso lo sabía él, de ahí que el reto tanto le atrajera.
No fue el sueño más grato de mi vida, precisamente, pero al menos pude descansar. Cuando desperté, miré mi reloj y eran las 9:06. Sin embargo, me hallaba en la oscuridad más absoluta. Encendí el interruptor de la luz, no sin antes estar un rato tanteando la pared, ya que como os digo, no se veía absolutamente nada de nada. Ninguna de las habitaciones de la casa tenían ventanas que diesen al exterior. La luz del sol como era lógico pensar, estaba vetada en esa casa. Cada habitación de la casa poseía una pequeña ventana que tan sólo comunicaba una habitación con otra. Bueno, siempre he detestado las descripciones pero en este caso haré una excepción, para que os hagáis una idea aproximada de cómo estaba dispuesta la casa. Como ya dije en el segundo capítulo, las habitaciones de la casa se hallaban todas en la parte superior. Se subía hasta aquí por medio de unas enormes escaleras que nacían en el centro del salón del piso de abajo. Una vez arriba, te encontrabas un corredor que avanzaba tanto a derecha como izquierda y que en ambos lados desembocaba en dos galerías cuadradas y uniformes, alrededor de las cuales, se disponían cuatro habitaciones en cada una de las galerías. Esa era la casa muy a grosso modo.
Me levanté de la cama y me fui a buscar la cocina. Bueno, primero el baño ya que tenía una urgencia. He de comentar que desde el momento en que salí de la habitación, los dos perros no se separaban de mí. No tenían una actitud agresiva. Simplemente se limitaban a vigilar mis movimientos con suma tranquilidad. Después de mi parada forzosa en el servicio, me encaminé hacia la cocina. En el ala norte, que es como yo bauticé al lado de la casa donde yo me hospedaba (no porque estuviera en el norte, cosa que yo desconozco, sino por denominarla de alguna manera) se encontraba por tanto, mi habitación, la habitación de la chimenea, la cocina y el baño. La verdad es que todas las habitaciones estaban impolutas, como si nadie viviera en esa casa, cosa que por otra parte era más o menos así, ya que con el tiempo descubrí que “ellos” no dormían en ninguna de las habitaciones. Lo que tardé en descubrir fue donde lo hacían realmente.
Después de desayunar lo que me dio la gana, ya que había de todo para untar en un pan de molde que es lo que yo desayuno, me volví al baño a ver si había un cepillo de dientes y efectivamente lo había. Sólo había uno y empaquetado, así que supuse que era para mí y lo utilicé. Había toallas limpias así que me duché, ya de paso, ya que me hacía falta. Cuando terminé me pasé una toalla por la cintura y me encaminé a mi habitación. Abrí mi ropero y estaba lleno de mi ropa. Se habían tomado la molestia de traerse mi ropa. Pensé que era verdad que mi profesor no dejaba cabos sueltos. Mi hermana se hubiera extrañado si me hubiera ido a Sudamérica sin mi ropa, como es lógico.
Me vestí y me fui a curiosear el resto de la casa, acompañado eso sí, de mis nuevos “amigos”, que me seguían absolutamente a todas partes. En el otro ala que como ya digo, estaba repartida de forma idéntica a la mía no había baños ni cocina, con lo cual se trataba de cuatro habitaciones. En las dos primeras que traté de entrar estaban cerradas así que continué. En la primera que pude acceder observé que parecía una especie de santuario. Estaba llena de cuadros religiosos y de estatuillas de la misma temática. Al acercarme a los cuadros pude comprobar que todos eran de Jesucristo, y los evangelios eran el tema representado. Uno de los cuadros representaba “la expulsión de los mercaderes del templo” por parte de Jesús. Me llamó poderosamente la atención el rostro de Cristo en este cuadro. Expresaba mucha rabia e indignación. Coraje, ira, me atrevería a afirmar. Impropio de la cara del señor, en cualquier caso. No es en esa actitud, precisamente como yo me imagino al hijo de Dios. Uno de los cuadros que me resultó más curioso fue uno de Cristo imberbe y pelo corto, al más puro estilo clásico. Aparecía con una oveja. Fue Ernesto el que me explicó ese cuadro. Al parecer, los primeros retratos medievales de Jesús tenían esa clara influencia del ideal de belleza clásica y más parecían un “David” de Miguel Angel que el típico retrato de Cristo que todos tenemos en mente, con esos pelos largos, delgado, y con esa leve barbita y bigotes. En cuanto al detalle de la oveja, representaba a Jesús como buen pastor, como pastor de almas, naturalmente. También había un cuadro de “la ultima cena”, de “la crucifixión” en el Gólgota y muchos más. De hecho, todo el piso de arriba estaba adornado con cuadros de Jesús. Me pareció sumamente interesante este detalle.
Después de terminar de curiosear en el piso de arriba, me dirigí, obviamente a la parte inferior. Una vez allí, y con mis inseparables perros, recordé la maldita fiesta al encontrarme en el medio de salón. De nuevo, una sensación de tristeza y soledad infinitas me invadió absolutamente.
Me acerqué nuevamente a la estatua del diablo. Le miré fijamente a los ojos y me dio por sacarle la lengua. Me partí a reír. La locura me dio por ahí.
Me senté en el suelo y me quedé un rato contemplándola. Los perros se me acercaron. Intenté acariciar a uno de ellos, pero en vista de que empezó a gruñirme, desestimé la operación.
Al cabo de unos minutos, me incorporé y me dirigí a una de las ventanas del piso de abajo. Tenía exactamente cuatro, y éstas si que daban al exterior. Lógicamente estaban cerradas con grandes portones de madera y por si fuera poco, unas rejas impedían siquiera, intentar abrirlas. Tan sólo me acerqué a una de ellas, cuando los perros empezaron a gruñir amenazadoramente. Desistí de mi idea, por supuesto y comprendí que realmente lo tenía crudo si pensaba escaparme.
Me preguntaba... donde estarían durmiendo Ernesto y compañía. ¿En las habitaciones que no pude abrir? Quizás... pero yo esperaba algo más original. Más de película, más teatral, como le gustaba a Ernesto.
Rápidamente comprobé que no había “tele” ni nada parecido. Lo que sí había era un pedazo de aparato musical en la sala. Ernesto tenía algún compacto de música clásica. Pronto descubrí que le encantaba Mozart, aunque también le gustaba Beethoven, Chopin, Tchaikovsky, Bach, entre otros.
Encontré también un disco de Enya titulado
Watermark y que me encantó. Me preguntaba como alguien capaz de escuchar esa música celestial podría ser malvado realmente.
La verdad es que me encontraba bastante animado, dado la situación en la que me encontraba. La noche anterior estaba hundido pero en ese momento me encontraba como si estuviera pasando unas vacaciones pagadas en un hotel. Yo soy así de raro, qué le vamos a hacer. Tenía que adaptarme cuanto antes a la nueva situación y eso es lo que estaba haciendo.
El resto del día me lo pasé escuchando música y revolviéndolo todo. Abrí todos los cajones que pasaron por mis manos pero no encontré nada interesante con que entretenerme. Terminé tremendamente aburrido y aunque parezca mentira, deseando que se hiciese de noche para poder ver y estar con mis “amigos”.
Después de perder el tiempo como cosa buena. Me volví a mi cuarto y les cerré la puerta en las narices a los dichosos perros. ¡Que os jodan!, pensaba yo.
Pensé en dormirme como quería Ernesto, pero no tenía sueño en absoluto. Había dejado puesta la radio en el piso de abajo, muy alta por cierto, y en un momento dado, comenzó a sonar una canción de Joaquín Sabina que se titula “Quien me ha robado el mes de Abril”. No sé por qué razón me puse a escucharla atentamente. El caso es que lo hice y me pareció que estaba escrita para mí. Mi maravilloso mes de Abril que ya nunca jamás iba a volver...
Busqué papel y bolígrafo. Necesitaba escribir, aunque supiera en el fondo de mi alma que mis palabras nunca llegarían a los oídos de quien yo quería, lo necesitaba.
Hola, mi amor. ¿Cómo estás?. Seguro que maravillosamente como siempre. No sabes como admiro tu fuerza, tu vitalidad. Es verdad lo que dijo Ernesto en la fiesta. Yo necesito una persona como tú, que me transmita esas ganas de vivir que había perdido hace mucho tiempo.
¿Sabes?, eres lo mejor que me ha pasado nunca. Había perdido la fe después de lo de María, pero me he dado cuenta que aunque una y otra vez las personas te fallen, eso no significa que todo el mundo sea igual. O al menos eso espero.
Ya sé que te prometí volver y que presumo de cumplir siempre mis promesas, pero, quizás esta vez no lo pueda hacer. Sin embargo, el tonto romántico de mí, piensa que aunque me pasara algo terrible en esta vida y no pudiese reencontrarme contigo nunca más, mi alma te seguiría buscando a través del tiempo. Me reencarnaría un millón de veces si hiciera falta para encontrarte. Puede que mi cuerpo sea mortal y efímero pero mi alma y mi amor son eternos e inmortales.
Vaya, que tono tan triste le estoy poniendo a esta carta y eso que trataba de animarme escribiendo. En vez de eso, me abato más si cabe. Sin embargo, aunque no es así realmente, escribiéndote, me parece que de alguna manera puedo volver a hablar contigo. Escuchar tu gracioso acento y tu risa contagiosa. Ver tu pelo castaño y lacio que te cae por los hombros y que tanto me gusta. Te imagino con tu eterna sonrisa y todas las noches de mi vida cuando cierre mis ojos, te imaginaré de esa forma.
Ya no sé que más decirte. Todo lo que pueda escribirte hoy, sonaría tan patético como lo anterior. Me gustaría en vez de eso, poderte contar cosas divertidas y decirte que pronto te pasaré a buscar como tantas veces, pero no puedo...
Existen dos palabras... mágicas, maravillosas, pero que desgraciadamente las personas solemos utilizar con muchísima frecuencia y frivolidad y las hemos desgastado hasta tal punto, que cuando las decimos, parecen que ya no significan nada. Sin embargo... yo te las voy a volver a repetir: TE QUIERO.
“Hoy he abierto los ojos,
pero tú ya no estabas .
Sin embargo, he recuperado
algo que me faltaba.
Ahora tengo alma
y puedo amar.
Puedo ver la luna,
aunque brille el sol,
puedo estar en el mar,
aunque me ahogue.
Puedo tocar a tu puerta,
aunque no me abras.
Puedo quererte,
aunque tú a mí no.
Creo que tengo una enfermedad terminal
y creo que se llama amor.”
“Me despedía de ti
y ya te echaba de menos.
Te besaba y ya te añoraba.
Me alejaba de tus labios
y me sentía perdido, abatido,
como un errante que no
encuentra la tierra prometida.
Ya no sé vivir sin ti.
Me doy cuenta de que apenas nos conocemos
pero soy incapaz de controlar estas sensaciones.
No te pido lo mismo. A nadie se le puede pedir que sienta amor.
El amor es involuntario. ¿Es una enfermedad, una droga, un don divino? Yo no lo sé. Tan sólo sé que te quiero y que te echo de menos cuando no estás conmigo.”
Roy 30-04-91
No me cabe la menor duda que la tristeza, melancolía y añoranza son los mejores ingredientes para que una persona se inspire. Cuando terminé de escribir me tumbé en la cama y cerré los ojos. Me concentré y descubrí que con mi mente era capaz de salir de mi prisión y volver a estar con mis amigos y con Cathy. Me imaginaba que estaba con todos ellos y que éramos muy felices.
El día fue pasando aunque muy lentamente. A medida que dejaba paso a la noche, mi tranquilidad iba desapareciendo conforme se disipaba la luz. Realmente volvió a entrarme terror y a ponerme nervioso.
Llegó el momento inevitable pese a todo. Llegó la noche y me tumbé en la cama leyendo la carta que había escrito para Cathy, haciendo algo de tiempo hasta que llegara Ernesto.
Estaba a lo mío cuando de repente comenzó a sonar Mozart en el piso de abajo a toda hostia. Ernesto había colocado “Le Nozze di Fígaro”, para que lo oyeran hasta los sordos y de paso, pues nada, otro susto que se llevaba mi pobre corazón.
Subió hasta mi habitación, aunque esta vez si tuvo la delicadeza de tocar a la puerta antes de entrar y de no aterrarme.
- Adelante – dije yo, como si fuera el Marqués de Villahermosa y viniera mi criado a traerme el desayuno.
- Buenas Noches Roy. ¿Cómo se encuentra nuestro invitado? ¿Has pasado un buen día? – me preguntaba mientras pasaba adentro.
- Digamos que he vivido lo que es la auténtica soledad – le contesté.
- La soledad, amigo mío... puede ser una de las cosas más trágicas de este mundo.
- Estoy completamente de acuerdo contigo, Ernesto.
- Si eres tan amable y me acompañas abajo, al salón. – me comentó.
- Como negarme. ¿Me vas a preparar la cena? – le pregunté.
- Para eso vendrán todas las noches, unos cocineros que he contratado. Y por supuesto, te está prohibido absolutamente el diálogo con ellos.
Lo miré con resignación y le seguí hasta el piso de abajo. Al cabo de unos diez minutos, llamaron a la puerta. Eran los cocineros. Eran tres chefs de gran clase. Os lo prometo. Les saludamos y Ernesto hizo las presentaciones oportunas. Les explicó lo que tenían que hacer. A partir de ese día, ellos se encargarían de hacer la cena y el almuerzo para el día siguiente. Yo lo agradecí sobremanera. La idea de sólo comer molde no me era muy atractiva, la verdad.
Los sirvientes una vez escuchadas las instrucciones se dirigieron a la cocina y yo me quedé nuevamente sólo con mi anfitrión en el salón.
- ¿Has encontrado algo que te haya llamado la atención en la casa, Roy? – preguntó.
- Pues si. Lo cierto es que todos los cuadros de Jesucristo que hay arriba. Me parece curioso que arriba esté Cristo y aquí abajo el demonio. ¿El cielo y el infierno? – le dije.
- Muy observador Roy. No todo el mundo hubiese sido capaz de sacar esa conclusión tan rápidamente. Más que nada porque es todo muy simbólico, muy sutil... Bravo Roy.
- Déjame ir un poco más allá en mi análisis. Es tu lucha interna entre el bien y el mal que hay en ti. – continuó el infeliz de mí.
- Bueno, tampoco te pases. No hay ninguna lucha. Quizás, la hubo en un tiempo. Pero hace tiempo que tengo claro lo que tengo que hacer y el camino que tengo que seguir.
- Que pena. – contesté.
- Pero bueno, Roy. ¿Qué pasa, que vas para psicólogo ó psiquiatra? – me preguntó.
- Quien sabe, siempre me ha gustado.
- Yo también soy psicólogo y tienes arte, muchacho. Te lo digo yo.
- Gracias... Oye, perdona que sea tan pesado, pero... ¿mis amigos?
- Verás... Ellos no tienen el mismo aspecto humano que poseo yo. En cuanto se vayan los sirvientes, tienen permiso para unirse a nosotros.
- ¿Y eso? – pregunté, ávido de curiosidad.
- Es así. ¿Qué quieres que te diga?. Debe pasar un tiempo hasta que su piel y apariencia vuelvan a parecer humanas. En cierta forma, han muerto y vuelto a la vida. Están pasando el periodo de la palingenesia.
- Y eso, ¿qué significa? – pregunté.
- Significa que están resucitando.
- Comprendo.
Permanecimos callados unos segundos. Los suficientes para que Ernesto se adentrara nuevamente en mi mente, y me hiciera la siguiente pregunta.
- ¿Te estás preguntando por qué no te convierto a la fuerza, verdad?
- Pues si.
- Te dije que llegado el momento serías tú el que eligiría si quieres mi don o no. Cumpliré mi palabra Roy.
- ¿Me dejarías marchar entonces?
- Si, si así lo deseas cuando se acabe este periodo de instrucción, como yo le llamo.
- ¿Te refieres a este secuestro?, ¿cuánto va a durar entonces?- pregunté preocupado, pero esperanzado.
- Lo que yo estime oportuno... pero no te preocupes, que no será mucho. Unos meses a lo sumo. – acepté sus palabras con resignación. No estaba en una posición en la que pudiera negociar. Por el momento me había perdonado la vida y para mí, eso era más que suficiente cómo os podéis imaginar.
- Omar y Fayna, ¿pudieron elegir?- cambié de tema.
- Por supuesto... Morir ó... vivir eternamente. Está claro lo que eligieron.- Sonrió el muy cabrón.
- Y a mí... sin embargo... dices que me vas a dar la opción de vivir.
- Eso he dicho.
Después de decir eso. Se volvió hacia el aparato de música y con una sola mirada suya, comenzó a sonar “El Molto allegro” del amigo Mozart. Sus poderes eran fascinantes. Ernesto era más inteligente de lo que yo pueda serlo nunca. Sabía perfectamente como fascinarme. Era consciente que con esos pequeños detalles me podía llevar hacia el “lado oscuro” más fácilmente que con dos horas de terapia lingüística. Me sentí por un momento como Luke Skywalker y que Darth Vader intentaba convencerme para que entrara en el “reverso tenebroso”.
Continuamos charlando durante un rato hasta que por fin apareció la cena. Sirvieron un pollo al horno excelente que combinado con el hambre que tenía, hizo que esa comida se convirtiera en una de las mejores cenas que jamás haya probado. Le sirvieron también a Ernesto y después de preguntar si el señor necesitaba algo más, se dispusieron a abandonar la casa hasta la noche siguiente. No sé de donde los había sacado Ernesto, pero parecían sirvientes de la antigua Inglaterra ó algo así, con unos magníficos modales y unas excelentes artes culinarias, todo sea dicho de paso.
Por supuesto, el único que se alimentó en esa mesa fui yo. Ernesto me contemplaba radiante de felicidad ó eso parecía. Me dio por pensar la soledad tan grande que podía experimentar una persona inmortal, sin nadie al lado para disfrutar ese don divino ó maligno. Nadie a quien hablar, nadie con quien compartir, nadie a quien amar...
Cuando hube terminado mi cena y saciado mi hambre, Ernesto me dijo que había llegado el momento de ver a mis amigos. Nada más terminar su frase, escuché el sonido de unas habitaciones abriéndose en el piso de arriba y seguidamente el crujir de las escaleras por las que bajaban lentamente, a encontrarse conmigo. Fueron unos segundos interminables en los que los latidos de mi corazón se aceleraban sin control. Pensaba que mi pecho iba a estallarme y la respiración se me entrecortaba. Al fin llegó el momento en el que pude distinguir sus dos siluetas acercándose a la mesa. Fue un momento supremo cuando les pude contemplar a la luz. Ellos me miraron fijamente con sus ojos vampíricos. Tenía razón Ernesto al decir que su aspecto no se parecía en nada al suyo. Ellos estaban pálidos como el mármol y sus ojos... no eran humanos. Poseían un color entre gris y azulado que me aterraron en primera instancia. Me percaté también, que sus rasgos, en general, se habían endulzado. Eran Omar y Fayna pero idealizados. Sus rostros no tenían un solo defecto, ni un grano, ni un hoyo, ni una cicatriz. Eran perfectos.
Yo los miraba muy seriamente, incapaz de murmurar una sola palabra. ¿Qué podía decirles para romper ese hielo?. Fue Omar quien lo rompió.
- Hola Roy.
- Hola – contesté. ¿Estáis bien? – menuda pregunta absurda la mía.
- Estamos... Yo que sé... ¿vivos? – preguntó, mientras sonreía malévolamente, ó al menos, eso fue lo que me pareció a mí.
- Roy, me alegro de verte – me dijo Fayna. Yo la miraba intentando sonreírle, pero verles así, era superior a mis fuerzas. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Mientras, Ernesto no balbuceaba una palabra. Nos escuchaba con suma atención y disfrutaba consumiendo cada una de nuestras palabras.
- ¿Tienes miedo, Roy? ¿Por eso lloras? – me dijo Fayna.
- No – contesté. Lloro de... tristeza.
- ¿Tú, eres capaz de sentir tristeza? – me apuñaló con sus palabras.
- Fayna, no te pases – me defendió Omar. Ella estaba muy resentida conmigo. Eso se notaba. Lo peor es que yo no era capaz de defenderme de nada de lo que pudiera decirme, porque me sentía culpable por no haber sabido de alguna manera compensar sus sentimientos hacia mí, y encima... ahora, se había convertido en un ser inhumano por mi necedad.
- Bueno... Fayna. ¡Vámonos! Tenemos cosas que hacer – habló Ernesto, de repente- Volveremos dentro de un ratito, Roy. Omar se quedará contigo, mientras tanto. Espero que disfrutéis de vuestra mutua compañía.
Yo no dije nada. Me limité a observar como se marchaban. Nos quedamos solos mi amigo y yo. Entonces fue cuando le pedí perdón con toda la sinceridad que pueda existir en mi.
- No es culpa tuya, Roy. Tú no sabías dónde te estabas metiendo. No te tortures. Además... en todo caso debería darte las gracias. Ahora soy inmortal.
- ¿Cómo puedes decir eso? – le pregunté.
- No seas más papista que el papa, tío. Los inconvenientes existen... pero las ventajas son mucho mayores que tener una vida normal. Es injusto envejecer y morir.
- Omar, para que tú sobrevivas, tienes que segar la vida de otras personas, ¿es eso justo?
- Oh! ¡Cállate ya! Me aburres con tus sermones. Todo lo ves bajo tu propio prisma. Los demás siempre estamos equivocados y tú en lo cierto, ¿no?. – me dijo con desprecio.
- No, supongo que no, Omar. Si tú tienes tu conciencia tranquila... ¿quién soy yo para decirte lo contrario?... Pero, dime una cosa. ¿No sientes nada cuando matas?
- Claro que siento. Siento pena de ellos. No soy ningún animal. Pero es inevitable... En tu opinión, que debería haber hecho, ¿morir a los 17 años? ¿eso si es justo, según tú? – me preguntó, dolido por mis palabras.
- Pues claro que no, Omar. Yo no sé que decirte ni qué hacer para que esta pesadilla se acabe.
- No puedes hacer nada. De hecho, acabarás convirtiéndote en un vampiro como nosotros.
- En eso te equivocas. Antes tendréis que matarme.
- Ernesto encontrará la manera de convencerte, amigo.
- Ya lo veremos, Omar.
- No te pongas chulo, Roy, que esto te sobrepasa.
Me callé. No creí necesario contestarle. En vez de eso, me interesé por los cambios que había sufrido. Quise preguntarle por sus poderes.
- Yo lo único que he notado es la fuerza sobrehumana que poseo y que puedo moverme si lo deseo a una velocidad que la vista no puede seguir. – me explicaba mi amigo.
- Pero Ernesto, sí que tiene muchos poderes, ¿no?.- insistía yo.
- Es evidente. Él es el maestro. Los poderes se van acrecentando con el tiempo. Nosotros somos como recién nacidos. Aún no hemos empezado ni a gatear. Para llegar a ser tan poderosos como él, deberán de pasar siglos y cuando seamos como él es ahora, el será más poderoso aún, supongo yo... aunque esto no son más que conjeturas, claro.
Nos levantamos y estuvimos paseando por la casa. Omar me contó lo de aquella trágica noche. Se despidió de Nereida y mientras volvía a casa, Ernesto le sorprendió entre las sombras. Bebió su sangre hasta dejarle al borde de la muerte. Luego le preguntó si quería morir o vivir para siempre, mientras mi amigo agonizaba. Por supuesto, ante la idea aterradora de morir... eligió “vivir”.
- ¿Cómo te conviertes en un vampiro, Omar? – le pregunté.
- Tienes que beber la sangre de un vampiro, supongo. Al menos eso fue lo que hice yo. – me contestó.
- ¿ Ya no puede darte la luz del sol? – le seguía preguntando, saciando mi curiosidad. Me había dado cuenta de que si tenía alguna posibilidad de salirme con la mía, era sabiendo lo más posible, acerca de ellos. No podía supeditarme a la palabra de Ernesto. Las palabras se las puede llevar el viento...
- No. – contestó.
- ¿ Y los crucifijos, las balas de plata y esas cosas? – le acribillaba a preguntas.
- . Las balas de plata son para los hombres lobo, Roy. Que no te enteras, tío.
- Bueno, uno no está doctorado como tú en temas paranormales. Lo siento. – le contesté.
- En cuanto a los crucifijos... son tonterías. Ya ves como esta casa por ejemplo está adornada con motivos religiosos por doquier... y el mismo Ernesto tiene una cruz de oro al cuello.
- No me había fijado – contesté.
Pasó un rato, unos cuarenta minutos y estábamos en una ventana, contemplando el cielo nocturno, cuando la puerta de la calle se abrió y aparecieron mi profesor y Fayna. Supuse acertadamente que habían vuelto de su cacería particular. Ahora le tocaba el turno a Omar. Ernesto, como siempre, muy sabiamente, se ocupaba de su adiestramiento vampírico y no se le hubiese ocurrido dejarles solos por ahí en busca de alguna presa. Omar fue sustituido por Fayna en lo que se refiere a mi compañía. Ella me asustaba muchísimo más que Ernesto y Omar. Sus ojos verdes al transformarse en vampira habían adquirido una tonalidad azulada que me es imposible de describir. Me miraba con aquellos enormes ojos y me ponía nervioso.
- Si lo que pretendes es ponerme nervioso con tus miradas Fayna. Ya lo has conseguido. -Le dije en cuanto nos quedamos solos.
- Antes no te ponían nervioso mis miradas. Más bien pasabas de ellas. – me contestó.
- Fayna, suelta de una vez lo que tengas que decirme. Déjate de juegos.
- ¿Juegos? Qué gracioso eres.- me contestó, no sin un cierto tono de resentimiento.
- Escúchame Fayna. Sé que soy yo al que se refería Ernesto en la fiesta... – su rostro se puso serio.
- Es que había que ser tonto, para no darse cuenta, tío. – me respondió así de tajante.
- ¿Cuándo te enamoraste de mí? – le pregunté.
- Desde el primer día que te vi. Tú no te acordarás por supuesto. Estabas en la hamburguesería que está cerca de tu casa. Llevabas puesta una chamarra marrón de cuero y estabas con Norberto y Francis sentados los tres en las escaleras de la entrada. Yo venía con Mirían y su guitarra y Norberto nos dijo algo. Entonces Mirían le contestó y tú te reíste. Tú, le preguntaste a Mirían si sabía tocar la guitarra y ella te contestó que sí. Le pediste que tocara algo y ella se colocó como si fuera a tocar algo, pero lo que hizo fue tocar la madera del instrumento y decirte: Ya la he tocado, ¿te gustó? Te quedaste planchado y todos empezamos a reírnos.- lo contó con sumo detalle en mi opinión. .
- Es que Mirían es mucho – sonreí al recordar la anécdota. Me dejó en el más absoluto ridículo delante de todo el mundo.
- Pues sí... Mirían es mucho. Pues... supongo que fue en ese momento cuando me prendé de ti. De esa cara de estúpido que pusiste. Ya sabes... esa reacción química que se produce en el cuerpo de uno y que es totalmente involuntaria, como tú nos has dicho a todos, tantas veces... Me gustaste desde el primer momento. Me había enamorado de un chico que no sabía si quiera que yo existía. Muy triste, ¿no crees?
- ¿Por qué nunca me lo dijiste?- le pregunté.
- ¿Para qué? Acaso, ¿hubiese servido de algo? Seguramente lo que hubiese conseguido es que te alejaras mas de mí todavía.
- Fayna...
- ¿Qué? – preguntó.
- ¿Puedo abrazarte?
- Claro que puedes – contestó.
La abracé con todo el cariño del que fui capaz. Recordaba mi pesadilla y no quería soltarla para que no cayera al vacío. Quería sujetarla durante toda la vida y salvarla. Nunca antes le había dado un abrazo a mi amiga, y es verdad que a veces necesitamos de esos gestos con las personas que queremos, con los amigos. Un abrazo, un beso tierno en una mejilla, una caricia sincera pueden bastar para que la persona que lo recibe se encuentre mejor y sin palabras, haberle dicho a esa persona que la quieres y que puede contar contigo.
- Tengo que decirte algo más, Fayna – continué nuestra conversación tras separarnos.
- ¿El qué?
- Verás... tu madre me entregó una carta tuya que llevaba mi nombre.
- ¡Joder!, qué mosca .
- Ninguna. La carta es absolutamente preciosa, al igual que tus sentimientos. – le decía.
- Ya, ¿Puedo hacerte una pregunta?- me dijo Fayna.
- Claro que sí. – contesté.
- ¿Serás sincero?
- Claro que sí.
- ¿Tan mal partido soy, para que nunca te fijaras en mí? – me preguntó lo que hacía años tendría que haber hecho.
- Tú no eres un mal partido, cariño. Eres un sol. Y probablemente yo... un imbécil por no haberme fijado en ti. Somos tan complicadas las personas.
- ¿Sabes como me dolía verte con María o ahora con Cathy?- me preguntaba ella.
- No se pueden dirigir los sentimientos Fayna. Yo... estoy enamorado de Cathy.
- Ya lo sé. Pero es tan injusto. La conoces un día de repente, y ¡zas! Ya estás enamorado. No puedes imaginarte el daño que me haces con tan sólo tenerte delante.
- Lo siento, lo siento, lo siento.- le contestaba, aunque me daba cuenta de que no le bastaba.
- No me vale con que lo sientas. Además... tendrás que hacerte a la idea de que no la volverás a ver.
- Eso ha sido muy cruel de tu parte. – le dije muy dolido con su comentario. Fue muy dañino.
- Acaso, ¿tú no lo has sido conmigo?
- Claro que no. No seas injusta. Eres una egoísta. El amor es cosa de dos. Y nunca jamás, una imposición.
- Roy...
- ¿Qué?
- Quiero besarte.- dijo eso mientras me acorralaba contra la pared y apoyaba sus manos en la misma, a ambos lados de mi cabeza. Me sentí tremendamente indefenso ante ella. Traté de fajarme, pero sólo le causé risa.
- No creo que sea muy ético que me beses si yo no quiero – le dije.
- ¿Ético? Roy y su verborrea de siempre – se partía de risa.
De repente me soltó y desapareció como una rayo. Me había parecido que se había ido escaleras arriba. Salí de dudas cuando escuché sus carcajadas provenientes del piso de arriba, mientras me pedía que subiese. Estaba jugando conmigo. Se lo estaba pasando genial. Comencé a subir las escaleras muy lentamente, mientras escuchaba sus susurros vampíricos pidiéndome que fuera hasta donde se encontraba. Sus susurros me llevaron hasta mi habitación. Allí estaba ella, recostada en mi cama y con la carta que le había escrito a Cathy en una mano.
- Eso es privado. No tienes ningún derecho a leerlo – le dije muy indignado.
- También mi carta lo era. Ahora estamos en paz. Bueno, en cuanto acabe de leerla.
Pasaron un par de minutos. La leyó con suma atención.
- No sabía que eras un poeta. Menuda sorpresa. – me dijo cuando se sintió satisfecha.
- Hay muchas cosas que no sabes de mí.
- Ya veo. Ven, acércate. No te voy a morder. – sonrió maliciosamente.
- No gracias. Aquí estoy bien – contesté.
- Roy... por favor... ven conmigo – me pidió dulcemente.
Me acerqué a la cama y me senté al lado de ella.
- Por tu carta, veo que tú también sufres. – me decía.
- Ya ves... en la vida... estoy convencido... la felicidad plena no existe. Sólo existen momentos mágicos que hemos de aprovechar, porque a lo mejor no vuelven. – mi comentario, no pudo venir en un momento más inoportuno.
Ella dejó caer mi carta al suelo y me devolvió la frase.
-Este es mi momento mágico, Roy. Sé que no tendré otro igual. Además... por qué ser amigo de una mujer, si puedes ser su amante – dijo esto, (Una frase de Balzac, por cierto, que le vino al pelo) y me puso en la cama boca arriba, casi sin darme cuenta. Se me puso arriba y pegó su rostro al mío mientras continuaba susurrándome. He de reconocer que el miedo puede ser excitante en ocasiones, y en esta, desde luego que lo era. Fayna era una vampiresa con todas las de la ley.
-¿No dices nada? – continuó ella- No hace falta.- y a continuación me besó en los labios, primero poco a poco, mientras continuaba hablándome – Roy, ¿lo has hecho alguna vez?
- No, nunca – contesté ruborizado.
- Pues no sabes lo que te pierdes.
Entonces rozó mi miembro con su mano mientras me comía la boca. Traté de negarme, pero me sostuvo los brazos como si fuera un niño. De repente, sentí sangre en mi boca y comencé a sentirme mareado. Fayna se había mordido la lengua y permitido que yo bebiese de su sangre vampírica. Empecé a sentirme fatal y a tener convulsiones cuando de repente entró Ernesto en la habitación como un poseso.
- Pero, ¿qué has hecho insensata, estúpida? – gritó él.
Acto seguido le soltó un manotazo a Fayna que la estampó contra la pared como si fuera un muñeco y me cogió la cabeza mientras se me iba la conciencia poco a poco. Por su cara de preocupación comprendí antes de perder el sentido nuevamente, que algo iba mal... ciertamente muy mal.