Sí, ya sé que el título es muy original
Capítulo 1: El pequeño Bruce -- Publicación: 30/11/08 --
—No, Bruce — dijo Thomas poniéndose la chaqueta — Vamos a asistir a una ópera... ¿Sabes lo que es?
Bruce negó con la cabeza, a lo que el padre se rió.
—Claro que sabe lo que es una ópera, cielo — dijo una mujer acercándose. Se arrodilló y colocó cuidadosamente el cabello de Bruce hacia un lado bajo la atenta mirada de Thomas.
—¿Estás lista, Martha? — dijo Thomas poniéndose bien los gemelos.
La mujer asintió.
—Mamá ¿Puedo venir con vosotros? — dijo Bruce, suplicante.
Martha miró a su marido y él hizo un gesto de negación.
—Un día vendrás con nosotros, Bruce — dijo Thomas sonriendo otra vez.
Un hombre vestido cuidadosamente de uniforme entró en la habitación.
—Señores... tienen el vehículo preparado.
El matrimonio besó a su hijo y salieron del cuarto.
—No molestes mucho a Alfred, ¿vale Bruce? — dijo Martha.
El niño asintió y sonrió a su madre. El mayordomo y Bruce se quedaron solos. Ambos se rieron, aunque por motivos distintos.
—¿Todo listo señor Wayne? — dijo el chófer.
Thomas miró alrededor de su mansión.
—¿Ocurre algo, querido? — dijo Martha entrando en el coche.
—No, no es nada. Tuve un escalofrío... —dijo Thomas tomando asiento.
Bruce se escapó de la atención del mayordomo y salió al jardín donde vio que el coche de sus padres aún estaba. Con mucho cuidado para no ser visto, se acercó al vehículo, que encendió las luces. Bruce reculó, los faros lo habían dejado casi ciego. Entonces tuvo una idea. Sin hacer ruido, abrió el maletero y se metió dentro. Nadie se enteró. El coche empezó a moverse cuando Bruce intentó cerrar la puerta con mucho cuidado, pero solo pudo ajustarla. Después de pocos segundos con el vehículo en movimiento, empezó a sentir un ligero mareo y se durmió.
—Vaya...vaya...vaya... ¿Quién tenemos aquí? ¡Pero si es el niño malo que se escapa por las noches! —dijo Thomas acariciando a su hijo.
Bruce se rió.
—No lo vuelvas a hacer, ¿vale Bruce? —dijo Martha.
—¿El qué? —dijo Bruce.
—Eso de escaparte por las noches.
—Por favor Martha... —dijo Thomas riéndose —. No exageres, Bruce, no te vuelvas a escapar de casa ¿Lo has entendido?
Bruce asintió.
—Si te escapas, mucha gente de esta ciudad podría encontrarte. Y si se enteran de quien eres —Thomas carraspeó y bajó el tono de voz —. Te harán de todo menos idolatrarte.
Bruce dejó de sonreir aunque no había entendido lo que había dicho su padre. Asomó su cabeza para saber de donde provenía aquella música.
La escena se volvía a repetir. Otra vez ellos. Los murciélagos. Martha se fijó en la cara de asustado que hacía Bruce. Tocó a su hijo pero no respondía. Unas lágrimas caían de los ojos de su hijo. Era inevitable.
Bruce empezó a llorar. La gente se giró hacia los Wayne, aunque la obra continuó. Thomas tuvo que pedir disculpas. Los tres tuvieron que salir del teatro para no molestar más a los invitados del estreno.
—Lo sabía Thomas... Teníamos que traerlo de vuelta a casa, ya sabes que Bruce tiene mucho miedo a los murciélagos —dijo Martha mientras secaba las lágrimas de su hijo.
Thomas asintió y sacó su teléfono del bolsillo. Se detuvo. Se habían metido en un callejón muy oscuro. Empezaron a caminar más rápido. Escucharon un sonido por detrás. Se giraron.
Un hombre vestido con un abrigo y un gorro salía de la nada con una pistola que sacó de dentro del abrigo. Thomas se puso delante de su esposa y su hijo cuando se le cayó el celular al suelo.
—Tranquilo, toma... —dijo Thomas sacando la cartera —. Llévatela, tranquilo... no nos hagas daño, por favor... estás traumatizando a mi hijo...
El desconocido se calmó y cogió la cartera. Se fijó en el teléfono que estaba en el suelo. Estaba llamando. Con los nervios, el hombre volvió a sacar la pistola y disparó tres tiros. Pero solo tenía dos balas.
Thomas y Martha cayeron heridos al suelo bajo la mirada del hombre que aún apuntaba a Bruce. Al ver que ya no tenía munición, pisó al celular varias veces hasta hacerlo añicos. Luego huyó corriendo desde donde vino.
Bruce se quedó en la oscuridad de la calle mirando a sus padres estirados por el suelo. Empezó a hablarles, pero no respondían. Se arrodilló llorando mientras sonaban los últimos compases de la ópera.