Capítulo 1: Keidell
Las calles de Metrópolis parecían las mismas de siempre, como si nada hubiese pasado en los últimos dos años.
Pero lo cierto era que por la tarde ya se sentía el miedo de los ciudadanos como si lo fuesen gritando a viva voz. Observé durante algún tiempo desde las ventanas de un edificio una farmacia ubicada al otro lado de la calle. Allí, sabía yo, iba a pasar algo.
Llevaba días observando al tipo de la capucha negra que pasaba cada 48 horas por aquel sitio. Era fácil saber que no era humano. Incluso una persona normal se daría cuenta. Es más, las personas ya lo sabían. Por eso a esas horas el lugar se convertía en una zona muerta.
El extraño casi siempre iba acompañado de otros como él, sólo cuando iba a aquella farmacia iba solo. Esta era mi oportunidad.
La puerta de la farmacia se abrió y el encapuchado entró. Su cara estaba parcialmente oculta. Había muchos seres iguales a él, pero este estaba… estropeado. Atravesé mi característico universo, el que podía controlar con la mente, para volver al real, transportándome delante de la puerta de la farmacia, para oír todo.
—¿Lo tienes ya? —preguntó con voz ronca.
—Si —contestó nervioso el hombre que le atendió—. Teniendo en cuenta lo del otro día… creo que lo más sensato es disminuir la dosis…
—¡¡CÁLLATE!! Dame la kriptonita.
El farmacéutico sacó un plato pequeño donde había una jeringuilla. El líquido que contenía era verde, kriptonita líquida.
—Bien —dijo sonriendo el extraño.
Desde mi posición, calculé que si usaba mi universo para entrar a la farmacia y llevarme al extraño rápidamente antes de tener la kriptonita demasiado cerca, podría lograrlo sin debilitarme. Incluso aunque estuviera cerca, procedería con tal prisa que no me daría tiempo a sentir sus efectos. Por lo menos eso esperaba.
Y eso es lo que hice. Atravesé las realidades para situarme justo al lado del sujeto y tiré de él para llevármelo fuera del universo real, a mi propio refugio mental.
Arrojé con gran fuerza al individuo delante de mí, pero no cayó, quedó suspendido en el aire. Lo inmovilicé. Puesto que estábamos en mi Universo Mental, el control era absoluto, tanto en las cosas oriundas de allí como las ajenas a esa realidad. Tal como me imaginaba, se trataba de un clon de mí mismo, un clon Llediek. El sujeto empezó a gritarme:
—¡Qué demonios estás haciendo! ¿¡Quién eres!? ¿Qué identidad tienes, clon Llediek?
Me dio gracia que no reconociera al ser original del cual salió Llediek y, por tanto, todos sus clones.
—No tengo ninguna identidad de clon porque no soy uno.
—¿Llediek? ¡Eres el original! idiota. Esto es traición. Sylar te destruirá.
Me reí en su cara, dada su falta de perspicacia no se me ocurrió nada mejor.
—Si me ve, seguro que sí —le contesté—. Pero por desgracia para ti, eso no pasará. En cambio, yo a ti sí que te destruiré. Aunque primero agradecería alguna información. Los otros no han sido muy comunicativos —dijo satirizando las palabras con su tono de voz.
—¡Muérete! ¡Pero si no eres Llediek! —exclamó con gran sorpresa—. ¡Eres el Keidell original! Es imposible. ¡Llediek te poseía!
—Eres muy observador. Hubo un cambio de papeles —empecé a caminar de un lado a otro para sacarlo de quicio—. Sí, lo sé, tuvo que pasar más de un año después de la Gran Guerra para que pudiese dominar a Llediek, pero algo es algo. Ahora yo estoy al mando —mi irritación se hacía patente en cada palabra, y cada vez me ponía peor.
—Sácame de aquí, discutiremos lo que haya que discutir fuera de este universo.
—¿Y permitir que te escapes a tu propio universo? Ni hablar. Preferiría una patada de un Dark Salva cualquiera. Odio a los clones —dijo poniendo la peor cara de asco que pudo.
—Ya puedes matarme —dijo osadamente el clon—. No te diré nada.
—¿Ni siquiera a cambio de esto? —saqué de mi bolsillo la jeringuilla con kriptonita—. No sabía si podría hacerlo, pero logré quitársela al tipo aquel antes de que me afectase. Aquí no me hace nada. Pero seguro que a ti te proporcionará el gusto que necesitas.
—¡Dámelo! Lo necesito.
—¿Sabes? —pasé por delante de mi inmovilizado enemigo la kriptonita, para hacerle desear el producto con más ansia—. Tu dependencia me es muy útil dadas las circunstancias. Como ya debes saber, en este universo no puedo crear sensaciones nuevas en otras personas, pero sí puedo aumentar las que los visitantes traen consigo. Deseas esto con más ansias que nunca. ¿Verdad?
Me costó más mantener inmóvil al prisionero. El clon Llediek se trastornaba más y más.
—Ya me parecía —añadí sonriendo—. No me gusta esto, lo digo en serio —a pesar de mi ironía, lo decía sinceramente—. Pero hace ya mucho que perdí la paciencia y la virtud de la piedad dejó de ser mi fuerte. Me dirás lo que quiero saber, te inyectaré la droga y cuando estés en el clímax de la desorientación, acabaré contigo. ¿Te parece?
—¡Dámela! ¡Dámela!
—¿Sylar sigue haciendo clones?
—¡Dámela!
—¡¡RESPONDE!!
—¡NO! ¡Hace mucho que no puede, maldita sea!
—¿Por qué no?
Tuve que insistir en la pregunta para hallar respuesta.
—¡Dark Salva! ¡El original! Se rebeló, destruyó lo esencial hace semanas…
—¿Sigue vivo?
—Sylar lo mandó matar. ¡Dame la kriptonita, hijo de…!
—¿Dónde está ahora Sylar? ¡Ya no está en su fortaleza!
Repetí dos veces la pregunta hasta que el clon contestó que no lo sabía. Pero lo torturé con una pregunta más.
—¿Qué sabes del desmantelamiento del SVTR SubLab?
—¿El qué? ¡NADA! ¿¡Cuando me darás la jodida droga!?
Inyecté la jeringuilla en el cuello del clon. Poco a poco empezó a calmarse. Desistió en sus intentos de recuperar una mejor movilidad y me acerqué. Dejé caer al clon Llediek y le quite la capucha. La mitad derecha de su cara estaba irremediablemente convertida en algo bizarro, como cuando un dark original se exponía al sol. Pero lo cierto era que un clon no tenía esa debilidad, y menos si no estaba expuesto a la luz solar. La droga no era sólo de kriptonita, había más compuesto kriptonianos. Eso lo estaba matando.
—Me parece que matándote te estaré haciendo un favor. Mejor, no pesarás en mi conciencia.
El clon no volvió a respirar. Sencillamente, le quité la vida, rápidamente y sin dolor.
El sol de mediodía bañaba la ciudad con una claridad reconfortante. Yo estaba en la azotea de un rascacielos de Metrópolis, oculto a las miradas de los clones. El sol me devolvía las energías perdidas durante la noche. Mi cuerpo limitado a tres únicos poderes no poseía los verdaderos poderes de un kriptoniano expuesto a un sol amarillo, pero sí tenía las mismas debilidades y fortalezas.
Durante meses había tenido el desalentador pensamiento de que eliminar a los clones no servía de nada, pues cada día Sylar multiplicaba esa bizarra nueva población terrestre. Lo cierto era que ya se contaban por millones, pero por lo menos ya no crecería el número. Debía la suerte a Salva, posiblemente había logrado anteponer su voluntad a la de su dark, unido a él en físico al igual que Llediek a mí. Quizá Salva consiguió poner fin a los avances tecnológicos de Sylar.
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Ahora, mi preocupación sobre el número de los clones se había quedado en segundo plano. Incluso su exterminación era ya menos importante que los otros cometidos que me había impuesto: encontrar el nuevo paradero del contenido del SubLab y hallar a Litz, de quien me separé por culpa de un ataque clon. La información que tenía del SL sólo me decía que los clones no sabían nada con respecto a ese material tan importante. Si Sylar lo tuviese, la noticia habría llegado a todos, no habrían tardado en enterarse, pero al no ser asi...
Salva… ¿Habría escondido los amuletos de implementación antes de que lo matasen?
La única que podría ayudarme era Litz. ¿Y si le había pasado algo? La echaba de menos, había sido una gran amiga y una gran compañera de luchas contra clones… y sabiendo que a su hermano, Salva, quien nos había dado la oportunidad de destruir a todos los clones, lo habían asesinado, pensar en perderla a ella era inaudito.
Me levanté, cubrí parcialmente mi cara con la capucha del último clon que me encontré, adopté su identidad y decidí mezclarme entre ellos. Conociendo a Litz, era más fácil que me encontrara ella a mí que yo a ella. Y ella, seguramente… buscaba clones.
Autor: Keidell
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