Fue durante una de esas tardes cuando me percaté de algo muy curioso…
La verdad es que siempre me he fijado mucho en la gente, en los gestos, las expresiones, la manera de hablar, las posturas, pero los ojos… los ojos es lo que más me gusta observar. En un 95% de los casos revelan mucho más que una sarta de palabras adornadas.
Aquella tarde de la que os hablo estábamos en una cafetería, nosotros tres y la hija de María, que estaba acercándose peligrosamente a la temida edad del pavo. Comentábamos la posibilidad de que yo fuese a trabajar a la recién abierta empresa de Jose mientras devorábamos unas exquisitas mini-napolitanas rellenas de chocolateeeee…:bb
Bueno, pues nos encontramos con esa conocida situación:
-Un montón de mini-napolitanas esperando irremediablemente a ser devoradas…
-Dos personas que teniendo un montón donde elegir van a coger la misma…
-Una mano llega a su objetivo y captura a una inocente mini-napolitana…
-La mano de la otra persona, sin embargo… aterriza sobre la mano culpable de la extinción de las mini-napolitanas…
Hasta aquí todo normal, María se comió la mini-napolitana de la discordia, pero Jose… Jose retiró su mano un tanto apresuradamente y bajó la cabeza. María en su estado de deleite mini-napolitánico
no le dio mayor importancia, pero yo no lo vi normal. ¿Por qué Jose bajó la cabeza como avergonzado?
Éramos amigos, no era la primera vez que nos tocábamos las manos ¿por qué ese gesto?
Durante un momento Jose mantuvo la cabeza gacha, pero al levantar la mirada sus pequeños ojos negros tenían un brillo diferente, una suavidad no muy propia en él.
Decidí no remover ni preguntar, pues iba a aceptar su oferta de trabajo e iba a pasar mucho tiempo con él.
Y así fue… Una semana después ya estaba trabajando con Jose, de hecho estábamos almorzando en la misma cafetería y me fijé en otro detalle, había un montonazo de mini-napolitanas orgullosamente expuestas en la barra y Jose las miró por un momento antes de sonreírse. Una sonrisa un tanto melancólica pensé en aquel momento, pero esa fue mi entrada a tumba abierta al corazón de mi amigo, directamente le pregunté:
-¿Desde cuando María es algo más que una amiga para ti?
En retrospectiva, me doy cuenta de que fui un rato bruta, pero ¿qué puedo decir? La sutileza no era lo mío. Sus ojos, de nuevo, me dieron la respuesta sin necesidad de palabras, pero su mirada era triste, como si pensase que tenía la batalla perdida antes de formar las tropas.
-Hace ya un tiempo que la veo como algo más.
-¿Piensas hacer algo al respecto?
-No, ¿quién querría tener al lado a alguien como yo?
Ni que decir tiene que Jose tenía un concepto de si mismo un poco bajo. Evidentemente traté de animarlo, de decirle que todos valemos la pena, que siempre hay que pelear por lo que quieres, que el que se rinde sin intentarlo no lo desea realmente, ese tipo de cosas, porque me rompía el corazón esa expresión de derrota que veía en su cara, esa resignación. Él me dijo entonces:
-Tú no tienes nada que perder, pase lo que pase seguirás teniéndonos como amigos, pero yo puedo perder su amistad y ¿sabes eso que dicen que de entre dos males debes escoger el menos malo? Pues yo escojo no perder su amistad antes que arriesgarme a encontrar de nuevo el amor correspondido.