Cuando nos reencontramos con la cría y el engañao, los encontramos a ambos enzarzados en una partida a muerte del Pokemon en la Game Boy, para verlo… un tío cerca de los 40 enganchao a una maquinita de color amarillo aporrendo los botones y con la lengua fuera acompañado por un diablillo, de pie detrás de él que le iba dando ánimos para que ganase la partida. Como podéis imaginar la gente de la cafetería donde estaban tomando algo no les quitaba la vista de encima.
Después de supuestamente volver del chochologo
, por cierto esto creó precedente ya que ahora apenas uso la palabra ginecólogo
, María y yo nos sentamos a tomar algo mientras los dos “nenes” terminaban de jugar. En el aire se respiraba algo de incertidumbre y la conversación giró en torno a incoherencias y tonterías varias, o sea, una tarde normal para nosotros…
Una mañana, estando en el trabajo, Jose me comentó que se estaba planteando llevar a María a comer y hablar con ella, contarle cómo se sentía, intentarlo… en fin, arriesgarse. Sé que lo fácil por mi parte y sabiendo como se sentía María, hubiese sido decirle que lo hiciese sin dudar, pero no lo hice, no lo animé a hacerlo pero tampoco lo desanimé, simplemente destaqué los pros y los contras de emprender una acción como esa. Sé que suena automático y demasiado analista, pero debía ser objetiva y estaba segura de que, cuando los dos se bajasen del burro y admitiesen frente a frente sus sentimientos por el otro, todo saldría bien.
-Lo que más me asusta – me decía Jose – es que nuestra amistad se estropee por esto.
Lógico, un miedo al que no se le puede reprochar nada cuando no sabes cómo reaccionará la otra persona, sin embargo yo sabía que María sólo necesitaba un pequeño motivo, un ligero incentivo para tirarse a la piscina y, el hecho de que Jose le dijera cómo se sentía era, según mi opinión, el incentivo perfecto, pero claro yo no le podía decir nada de esto a Jose, con lo cual tuve que dejar al pobre hombre comiéndose el tarro. Al final decidió arriesgarse e invitar a María a comer el domingo de ese fin de semana, apenas un par de días antes de navidad.
Pero ese fin de semana pasó algo que no pasaba en esta zona desde los años 60… nevó
. Cayó una nevada de la leche, un frío del copón, pero como el pueblo donde vivimos esté entre montañas, la nieve no llegó a cuajar dentro del pueblo, pero hielo había un huevo. La cría se enceporró en ir el domingo a lo que aquí se conoce como Mas de Jaume, que es una fuente natural donde la nieve sí había cuajado en cantidad y Jose concedió y no invitó a María a comer ese domingo.
¿Recordáis esas excursiones de colegio en autobús todos cantando a grito pelao
? Pues así íbamos dentro de mi coche
. El ambiente era festivo, alegre, el paisaje acompañaba, caía una ligera nieve y el frío era soportable. También fue la primera vez que conduje con nieve y hielo y, después de los primeros dos patinazos, empecé a cogerle el truco, aunque Jose no pensaba lo mismo y sacó el carné de identidad y lo llevaba en la mano, por si tenían que identificarlo… el muy jodío.
Llegamos a la fuente y, como es normal, había más gente del pueblo que había ido a lo mismo que nosotros. Aprovechamos la excursión para coger agua de la fuente, algo también muy habitual por aquí, ya que tenemos tres manantiales naturales. Después de llenar las garrafas y meterlas en el coche, la cría y yo nos dedicamos a jugar con la nieve mientras María y Jose hablaban sentados en un banco.
De lo que se habló en esa conversación no os puedo contar nada, porque no tengo ni idea, pero me daba la sensación de que Jose, de alguna manera estaba preparando el terreno. Era una conversación… ¿cómo decirlo?
Suave, no en susurros pero si en voz muy baja, lo que más me llamó la atención fue el hecho de que ambos se miraban a los ojos, no sonreían en absoluto y María tenía una expresión algo sorprendida en el rostro, pero la cara que puso cuando Jose le cogió la mano… esa cara, no la olvidaré… un gesto de incredulidad, de sorpresa, de alegría, como sus ojos iban de la mano a los ojos de Jose, todo ello comprimido en apenas un instante, la verdad, no sé quién se alegró más, si la propia María y yo.
Pero Murphy volvió a meter la pezuña donde no le llamaban
y así como nosotros y otra gente del pueblo estaba allí, aparecieron los exsuegros de María. Llegados a este punto os tengo que explicar algo, en el pueblo se había extendido el rumor, yo estoy convencida que fue el marido cabrón
, de que María se había separado porque había conocido a otra persona, o sea, que tenía un rollete, pero no un rollete cualquiera, no, el supuesto rollete no era otra que yo misma…
si, estaban todos convencidos de que después de todo, éramos lesbianas. ¿Qué queréis que os diga? Son estrechos de mente.
El gran problema llegó cuando el que había sido el suegro de María abrió la bocaza, sin preocuparse por el volumen y la malicia impresa en sus palabras, para decir:
-No tienes bastante con esa – señalándome a mi – que ahora te quieres tirar a ese y encima delante de mi nieta, fíjate si eres p*** y mala madre.
He de decir que María siempre se ha acobardado un poco delante de su suegro y de su marido, nunca la he acusado de cobarde, aunque ella reconoce que lo es y que tal vez si se hubiese impuesto en ciertas cosas todo habría sido diferente. Siempre he pensado que un momento de valor no compensa años de cobardía y miedo, porque creo que eso es lo que tenía María, miedo, pero también reconozco que llega un punto donde dejas de pensar y te dejas llevar por los impulsos y supongo que el hecho de que la acusarán de ser una mala madre y justo en ese momento, fue el punto de ruptura para María.
Se levantó hecha una furia de cara a su suegro, dejando a Jose un poco descolocado, la niña no podía más que mirar a su madre y yo, bueno yo me fui detrás de María después de decirle a la cría que se quedase con Jose.
El huracán María se encaró a aquel hombre dispuesta a decirle una sarta de barbaridades no aptas para el oído público, de eso estoy segura, y ambos empezaron a gritarse insultos y reproches. Aquí es donde se acabó la paz, justo en el instante en el que puse mi mano en el hombro de María para que lo dejase, su exsuegro levantó la mano. Me dio el tiempo exacto para empujar a María y evitar que me diese en la cara, pero me dio en el brazo. Jose dejó a la niña, que se había quedado petrificada por completo, y vino hacía nosotras, se puso delante de el salvaje sujetando a María, mientras al susodicho salvaje intentaba sujetarlo su mujer.
Recuerdo haber pensado en ese momento en ir a por el tío con todo lo que tenía, dejarle la cara tan marcada que el gobierno le prohibiese hacerse fotos, pero miré a la niña y esa idea desapareció. Delante de mí había una persona de once años, con las lágrimas corriéndole libremente por el rostro, podías ver que tenía el corazón roto, podías verlo. Esa cría había visto cómo su abuelo había intentado agredir físicamente a su madre después de haberla insultado, y ella ya estaba bastante herida por el hecho de que su padre no le hacía el menor caso y ni siquiera había recordado su cumpleaños que había sido un par de semanas antes.
María, Jose y el salvaje continuaban enzarzados en insultos y gritos varios, vamos, todo un espectáculo, pero el salvaje consiguió zafarse de su mujer y empezó de nuevo amenazando con la mano alzada. ¿Sabéis quién lo paró en esa ocasión?
La niña.
La pequeña salió como un obús de cara a su abuelo y le dio tal empujón que el hombre acabó con el culo en el suelo.
-No los toques. – Lo dijo sin levantar la voz, pero todos lo oímos con claridad.
-¿Por qué los defiendes después de lo que le han hecho a tu padre? – Hoy en día todavía me pregunto qué coño le hemos hecho.
-Yo ya no tengo padre. – Tampoco esta vez levantó la voz, pero consiguió callar a su abuelo – y no lo necesito.
-Claro que necesitas a tu padre. – La abuela se dignó a abrir la boca.
-Tengo algo mejor que un padre – dijo la enana mirando a Jose – y dos madres.
Cogió a su madre de la mano, luego a mí, con la cara llena de lágrimas sonrió a Jose y comenzó a caminar hacia el coche. Después de ese momento, a nosotros tres, los supuestos adultos, no nos quedó otra que ir con la enana.
Al arrancar el coche, la niña rompió a llorar, su madre rompió a llorar abrazando a su hija, Jose no acumulaba más rabia en la cara porque no tiene más cara y yo intentaba concentrarme en la carretera, cosa bastante difícil cuando al mismo tiempo planeaba la venganza por el golpe y la manera de hacer sonreír alegremente de nuevo a mi pequeña.
Lo que debía haber sido un domingo de celebración, se truncó de tal manera, que los efectos se sintieron hasta después del día de navidad, ya que ese año ni siquiera nos juntamos el día de nochebuena para intercambiar los regalos.